Adorable de principio a fin. Así ha sido Insomniacs after School, la historia de amor protagonizada por Isaki y Ganta, dos estudiantes de instituto unidos por sus dificultades para conciliar el sueño

Insomniacs After School, Vol. 14

Ha sido una historia de amor de instituto tan perfecta que no podía tener otro escenario para su final que la ceremonia de graduación. Poco misterio ha habido a lo largo de los 14 tomos de Insomniacs After School (Milky Way Ediciones). El destino de Ganta, el tímido muchacho atormentado por el divorcio de sus padres, e Isaki, la jovial chica que siempre ha querido ser una más a pesar de su enfermedad cardíaca, estaba escrito en las estrellas -nunca mejor dicho dada su afición común a la astronomía-. Aquí la gracia, como en tantos otros romances juveniles, ha estado en acompañarlos durante su viaje, por un camino pavimentado de amistad, inocencia y ternura.

Insomniacs After School se enmarca en un grupo de mangas que, para quien no esté familiarizado con Japón y su mercado editorial, puede resultar algo extraño. Coincide con otros títulos protagonizados por estudiantes de instituto, como Nuestra Salvaje Juventud, Skip and Loafer o Shonen Note (todos ellos publicados en España) cuya serialización tuvo lugar en revistas destinadas a demografía adulta (seinen). ¿Qué hacen los oficinistas de 40 años leyendo estas historias juveniles? Muy probablemente, no solo reverdecer viejas emociones, sino abstraerse de su rutina acompañando a los protagonistas en la que es la etapa más definitoria para la vida del japonés medio. 

El sistema educativo y laboral de Japón hace que el bachillerato, con unas buenas notas, permita el acceso a una universidad de prestigio; una vez matriculado en un buen campus, incluso antes de acabar la carrera, encontrar trabajo en una compañía solvente es pan comido. Así, frente a una adultez anodina en la que, si no hay contratiempos, todo irá rodado hasta la jubilación, sumergirse en esos años retrotrae a un momento casi épico, donde chocan la responsabilidad del estudio y la efervescencia de las hormonas. El viaje es siempre el mismo, el interés reside en las variaciones y desvíos hasta el destino.

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Lo que distingue a los protagonistas de Insomniacs After School, Isaki y Ganta, es su insomnio. La falta de sueño los lleva a coincidir en el observatorio astronómico del instituto, un lugar al que no va nadie y que, por tanto, es ideal para echarse siestas entre clase y clase. Lo que la casualidad ha unido lo acabará de amalgamar la disciplina escolar: el observatorio, o se usa para observar estrellas, o tiene que estar cerrado. Así que los dos resucitarán el extinto club astronómico, un nuevo peldaño en una relación que, cómo no, acabará en romance. Un amor que avanzará torpe y tierno, y que se enfrentará a la enfermedad, el miedo y las inseguridades.

Torpeza y encanto

Y poco más. O sí. Porque Makoto Ojiro (Saitama, 1982) cuenta esto, tan trillado, con una extraordinaria sensibilidad y atención a los detalles. Realmente, sentimos que, como dijimos en la reseña del primer tomo, Isaki y Ganta son adolescentes de verdad, con toda su torpeza y encanto. Son taaaan adorables que, siendo un poco menos generosos, los podríamos calificar de ñoños. 

A ratos, este manga es tan blandito y mullido que, más que un manga, es una mecedora con una mantita a los pies y una taza de roiboos entre las manos. Sin embargo, Ojiro tiene un notable pulso narrativo, y sabe acelerar o ralentizar el relato a placer. En los últimos tomos, ya con el objetivo final marcado, hay muchos capítulos que son prácticamente mudos: ¿para qué usar las palabras pudiendo contarlo todo con su auténtico fuerte, un dibujo atractivo y lleno de expresividad? En este sentido, destaca el capítulo formado por dobles páginas donde retrata a los personajes en un acelerado paso del tiempo; no es un ejercicio especialmente revolucionario, pero sí osado para un título comercial serializado en una revista semanal.

Insomniacs After School, Vol. 13

Párrafo aparte merece la curiosa carrera de la autora. Makoto Ojiro se especializó en los primeros años de su trayectoria en manga ecchi, esto es, aquel que, sin llegar a ser explícito, tiene un importante componente erótico. Su primera serie, Katekin (2006) tenía un argumento tan obvio como el de un adolescente al que contratan una tutora que, más que ayudarle a estudiar, lo desconcentra… Tras un par de títulos más de ese estilo, y adaptar al manga las memorias de una antigua modelo erótica, en 2012 Ojiro dio un giro hacia el romance convencional con Fuijyama-san wa Shishunki, una historia de amor protagonizada por una estudiante marginada por su inusual altura de 1,81m, a la que siguió en 2016 Neko no Otera no Chion-san, una comedia centrada en el amor imposible entre un estudiante de secundaria y una chica más mayor. Tras Insomniacs After School (2019-2023), Ojiro ha comenzado una nueva serie, ¡Hoshino-kun, Shitagatte! (¡Hoshino-kun, por favor, sigue mi ejemplo!), con guion del humorista Hoshino Disco.

De vuelta a Insomniacs After School, no se puede negar que, suavecito, suavecito, logra generar un genuino interés durante sus 14 tomos por la historia de amor de Genta e Isaki. Lo hace a fuerza de convertirse en un lugar agradable al que siempre apetece volver; un rincón resguardado desde donde contemplar a esa adorable y feliz pareja pasear bajo las estrellas. Del encanto de la serie habla también que haya tenido no una, sino dos adaptaciones audiovisuales: una serie de anime y una película en imagen real… Tampoco es de extrañar: ¿acaso hay una fuerza más poderosa que el amor?

 

Insomniacs After School (serie cerrada, 14 tomos), de Makoto Ojiro

Milky Way Ediciones. Rústica, b/n, 196 págs., 8,50 euros.

Traducción de Óscar Tejero / Sergi Pérez